viernes, 21 de mayo de 2010

» Beatus ille


No es desesperación, amargura ni inquietud. Tampoco se trata de miedo, frustración, agonía o debilidad. Dudo que sea melancolía o tristeza en general. Descarto la apatía, la anedonia y el odio. No seria lógico hablar de soledad, como tampoco referirse a la infelicidad derivada del sentimiento de incapacidad al obrar de forma inadecuada. No creo que sea ninguna de esas cosas, aisladas al menos; realmente pienso que su conjunto es la palabra que busco, aquella que designa un conglomerado de realidades pesimistas en que yo me enredo más conforme pasan los días. Un estado desde el cual no eres capaz de imaginarte tu futuro, porque puede que el inconsciente tiende a creer que no habrá tal; y en el que contemplas tu pasado como aquel que contempla una fotografía de la infancia de aquella persona a la que ha perdido: con el pensamiento de que el tiempo es demasiado caro.

martes, 18 de mayo de 2010

» "Otra vez Amarilis", Márgara Sáenz

El tiempo ha pasado y vuelves a mi memoria.
Tu auto trepando hacia la sierra, la Cream-Rica
¿recuerdas?, volteando a la derecha, todos esos moteles.

Entonces éramos nosotros; no tú, no yo. Me quiérote,
te gózame, me amándonos, decíamos.

¿A quién llevas ahora? Contigo entre las piernas
¿quién pega de alaridos y triza los espejos
donde nos repetíamos bestiales y dulcísimos?

¿Qué otro vientre recibe tu miel mía, peruano? Di
qué frívola puta, qué sórdida hipócrita limeña,
qué casada cuidadosa del cornudo.

Hijo de perra, ¿lo haces? Pero allí no, nunca, con
nadie vuelvas a la habitación 35. Que se te
muera para siempre, que se te pudra si regresas.

Una vez dije allí no ¿recuerdas?, dije después
donde quieras. Tú me observabas igual que un
entomólogo, eras un médico lascivo examinando
una muchacha muerta de amor: no hables, eres
una muñeca, un cuerpo sin voluntad, y me
tocabas probándome y fui un durazno de esos
que se abren con la mano.

Un durazno, dijiste a mis espaldas, a la luz de la tarde,
separando con suavidad mis carnes, descubriendo
lo que ni yo conozco, mi zona más oscura, la que
guarda esa caricia atroz, obscena y tuya que no
olvido.

Júralo: no has de volver a esa cama con nadie. Me has
negado tu cuerpo, el que gustaba mirar impúdico y
erecto viniendo a mí, el tuyo que era el mío.
Concédeme esto entonces: anda a otro sitio a hacer tus
porquerías.

O vuelve a la habitación 35. El tiempo ha pasado, ya
no hay sino recuerdos y Amarilis qué puede sino
juntar palabras. Ahora somos tú y yo, no existe más
nosotros. Uno y uno, dos solos: yo y esa mierda que
tú soy y yo añoras, desgraciado.

sábado, 8 de mayo de 2010

» A Lourdes


Cuando habíamos olvidado lo que significaba vivir, llegó ella con su guitarra a cuestas.

Dejó su maleta de cuero en el suelo, a buen recaudo entre sus pies para que nadie tuviera la ocurrencia de importunarla; colocó en su atril las partituras que, por otro lado, ya conocía de memoria; se colgó la guitarra al hombro desconociendo quién se dignaría a escucharla hoy, aunque para ella aquel fuese un detalle realmente insignificante mientras eso no le impidiera seguir cantando, a solas si era preciso; se aclaró la garganta, y, sencillamente, tocó. Cincuenta y cinco minutos de plenitud en los que sólo tuvimos conciencia de escuchar la voz mas sincera del mundo, el concierto más íntimo de la historia