sábado, 10 de octubre de 2009

» La búsqueda de la felicidad y la incapacidad del ser humano para conseguirla

Desde hace unos meses me ando preguntando el porqué una persona normal y sensata no puede plantearse la idea de dejarlo todo atrás y empezar de cero, ya tenga 15 0 45 años. A nadie se le pasaría por la cabeza tirar por la borda años de esfuerzo y dedicación a una vida que, probablemente, después de todo, no le haga feliz. Ningún ejecutivo triunfador cambiaría de vida ni de entorno por el mero hecho de ser infeliz. Ninguna joven que haya conseguido recientemente un trabajo fijo y bien pagado que le garantice un futuro próspero dimitirá aunque se sienta frustrada, amargada y no encuentre sentido a su vida. Ningún niño elegiría la sorpresa que guarda el puño cerrado de su padre si la otra opción es una piruleta que él pueda ver y tocar, y que por tanto, es segura. ¿Por qué? Quizá al ser humano le falte decisión y valentía a la hora de reconstruir unos cimientos tan sólidos como son los de la vida, aunque el precio de esta decisión sea tan alto como la infelicidad durante el resto de nuestros días. A pesar de saber cómo podríamos ser felices, no nos atrevemos a emprender ese camino si consideramos que nuestra vida “ya está hecha” y que, por ello, no merece la pena desprenderse de todo por una inestable intuición. La causa que nos retiene se llama miedo. Tenemos miedo a que nuestra decisión no sea la correcta y hayamos perdido el trabajo de nuestra vida para nada. Tenemos miedo de equivocarnos, porque no nos vemos capaces de nadar en aguas que, además de demasiado profundas, nos son desconocidas. Un miedo palpable que no reconocemos. Decimos eso de “¿Qué pasa con mi empleo?” “¿Qué hago con mi casa, esa por la he trabajado durante tantos años?” “¿Y mis padres?” “¿Qué pasará con mis amigos?” Excusas ridículas. Buscamos cualquier pilar que nos ate a donde estamos, una correa sólida que nos impida hacer la locura de buscar lo que deseamos. No es responsabilidad, todo ello es miedo. El cuento del banquero que deseó ser vagabundo para saborear su libertad y eligió el calor y la complicidad de su amplio despacho. Como dijo Balzac "la resignación es el suicidio cotidiano". ¿No sería maravilloso que, aunque sólo fuera por unas horas, todos fuésemos nosotros mismos?

0 comentarios: