Mi territorio es frío, escabroso, tan desolado que puede llegar a oírse un pétalo caer y abombarse sus fibras por el golpe; pero ausente en lo que a perfume se refiere. A veces se oye el murmullo supino del agua removida por los pasos de algún peregrino, abriéndose después camino entre las amapolas que velan el lecho del río. Y luego cesa, como la respiración de aquel cuerpo que ya no late.
La lluvia enamora mi piel una vez por semana, y me torno en desembocadura con sus caricias anhelantes. Aguda poesía la que entona tu voz entonces, al pronunciar mi nombre en palabras vanas.
- Nadie.
Un alma perenne, encerrada en la crisálida que forman los minutos fugitivos, gira la cabeza. Pero está sola de nuevo.
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