viernes, 26 de agosto de 2011

» Fragmentos de baúl, nº 1


Salpicado por la
lluvia, cubierto de
cenia y polvo, mi folio torna en
grulla y palataliza en ser
viviente, sirviente de mi
mano zurda.

jueves, 4 de agosto de 2011

» Los pescadores de cangrejos


Cae la tarde de domingo en una estampa sorollana. Llega el rumor del mar a donde ella se haya, iracundo al romper sobre las rocas, apacible donde surcan los veleros, llevados por el viento, izadas las velas, a golpe de timón. El sol brilla sobre las olas y las frentes de los pescadores de cangrejos: tres niños y su padre. El más joven, de pelo rubio y rizado, más atento a los movimientos del can que los acompaña que de la captura en la que están empeñados sus hermanos, ambos morenos de piel, el mayor, sobrealimentado. El padre posee el porte mismo de este último hijo, que parece el más interesado de los tres, y hurga en los recovecos de las rocas con una caña, intentado hacer salir a un cangrejo que ha visto ocultarse: el capitán Ahab a la captura de su reconocimiento. El can, curioso, juega mientras tanto en la cala, y, asustadizo, se ve ahuyentado por las salpicaduras del agua. El sol se pone, el viento agita las páginas de esta retratista, dos de los niños marcharon, y el tercero le sigue aún al cangrejo la pista.

jueves, 30 de junio de 2011

» "Despertando al monstruo", Rafael Lechowski

» "Aureola", Rafael Lechowski

Díganle al señor de la guerra,
Que moriré allí donde nací; en la tierra,
Tierra que antaño bebió de mis lágrimas,
Flor que se erguirá de entre mis cenizas
En este mundo donde el genio
sólo es comprendido por el genio,
en este ciclo eterno, como eterno es el último sueño
pero por el momento:
Hola bola de fuego aureola
Hola bola de fuego;
AUREOLA.

domingo, 26 de junio de 2011

» Improperio nº1


A escondidas, así me veo. Imaginando cómo hubiéramos sido nosotros; no tú, no yo. Dos entes imperfectos que contemplan al otro sin llegar a mirarlo a los ojos por miedo o habilidad, y que se esconden de la boca imperfecta del otro cuando quisieran hacerlo de la suya propia, deseando no haber pronunciado tales palabras o ejecutado tales acciones. Mi cariño no tiene ahora lugar donde ser enfocado. Va dejando paso a la amargura y la reflexión. No sé a qué escribirle, ni por qué motivo reír. Tengo la sensación de estar perdiendo más de lo que tenía.

viernes, 24 de junio de 2011

» Sin título


Érase la anarquía del instante; la apatía del viajante. El que está perdido habrá de hallarse entre mares de aliento azul.

miércoles, 22 de junio de 2011

» Sin título


El ermitaño se siente preso de su propio bienestar. No es esclavo de las apariencias ni vasallo de la libertad, como tampoco lo es del tiempo que vive o el lugar en que habita. Ha visto el mundo sin maquillaje, la realidad desnuda. Ha dejado atrás sentimientos buenos y aliviado los malos, y, no obstante, ahora no es capaz de sentir amor, ira, benevolencia o rencor, mas esto no es pesar para él, que se siente cada día más humano entre las bestias.


martes, 21 de junio de 2011

» Adán sin ella


Hoy quiero pensar que todo puede arreglarse pese a dificultades, que no somos hijos del rencor. Al fin y al cabo la vida es improvisación; salir al escenario con tu saxo, tu vestido negro y tus zapatos rojos, y tocar tu pieza, como si fuera la primera vez que lo haces, puesto que lo será para aquellos que te escuchen y es bien sabido que sólo hay una primera vez para todo.

Pienso en Adán, en la tormenta, en el azar y su imposición; en la continua improvisación del tiempo y su transcurso. Pienso en toda criatura libre y no me encuentro entre ellas. Ahora la vida es un escenario vacío, y tu cuerpo un cuerpo desnudo; el viento abrazo fraterno, y el agua, caldo de invierno.

sábado, 9 de abril de 2011

» Búscome


No encuentro las palabras ni los acordes adecuados para expresar todo aquello que es en mí, que no puede ser de otra manera ni esconderse en ningún otro entendimiento; sencillamente no me hallo entre tanta libertad. Yermo ya el terreno, seca la fuente que debía fecundarlo, sigo aún buscando el cerezo del que me enamoré en mi infancia, auque desconozco si por añorar su sombra o su flor: inocencia o esperanza.

jueves, 24 de febrero de 2011

» Entre la noche y la niebla


Hémosla ahí, la promesa
inmersa en
monólogo interno:
acompasada al son de
las horas;
acompañada del duende,
y a solas.

Entre la noche y la niebla
el pensamiento
se abruma;
se recrea, se hace nudo,
crece, cede y
se esfuma.
Y de entre todas la palabras,
de todas,
no queda una.

martes, 18 de enero de 2011

» De nuestra infancia (música afiliada)


Demasiado a menudo me pregunto en qué momento nos hicimos mayores; cuándo se nos quedó pequeña la inocencia. Hace sólo cinco años todavía éramos unos críos que aguardaban al futuro tumbados los cuatro en el tejado de la caseta de piedra que había entre el maizal, muy cerca de la Casa Parres. Esperábamos a que se encendieran los aspersores para ir hasta allí en bicicleta y poder cambiarnos luego lo puesto por la ropa vieja del armario de la abuela. Lo que nos reímos cuando mi hermano se paseó todo el día con uno de esos modelitos y hasta se bañó con él, hecho un esperpento de pantalón y gorro a juego. O cuando cada verano intentábamos construir una casa de madera con cuatro tablas y un puñado de clavos, y llegó un día que ya lo hacíamos por reírnos de nosotros mismos y pasar la tarde hasta la hora de la merienda. En uno de esos días les cogí pánico a las arañas y, fijaos, eso aún lo conservo.

Y qué tiempos esos otros cuando nos encontrábamos en la Feria y montábamos con mi madre en aquella atracción que, decía, era donde solía subir ella con mi padre cuando eran novios. O cuando nos llevaba a la playa a todos, y las chicas íbamos por ahí a insinuarnos a algún extranjero, chapurreándole algo en cualquier idioma sin intención de pararnos a averiguar si el chaval respondía o no; mientras los chicos pensaban cangrejos en las rocas. En una de esas ocasiones, estando solos mi hermano, mi madre y yo, pescó ella un pulpo en una cala, y, yendo en el coche, yo me asusté de ver que el bicho se salía del cubo y se me agarraba a las piernas.

Luego llegaron los cambios. Crecimos sin darnos cuenta que el tiempo también pasaba sobre nosotros y que ahora no sólo la mayor se ponía falda. Ya no cupimos todos en el coche.

Tuvo que morir mi abuelo para darme cuenta de lo que habíamos cambiado todos, aunque he de decir que ya de antes lo había intuido. Recuerdo ver a la abuela, sollozando en desconsuelo aquello de “adiós, Francisco” mientras sellaban el nicho, y pensé, no sin dolerme, que al menos habían tenido la fortuna de llegar a viejos juntos. Cuántas veces me habré acordado de los domingos de fútbol, cuando los abuelos sacaban a la puerta unas cuantas sillas, y nos sentábamos allí, a escuchar qué hablaban de nosotros, los pequeños, hasta que empezaba el partido y el descampado se llenaba de coches. Y mientras algunos iban al campo a ver cómo ganaba el alba, nosotras jugábamos a los espías en aquel aparcamiento improvisado en el que ya no crecían ni rastrojos, o íbamos con la abuela al circo que ponían allí al lado, porque siempre conseguía que le regalasen alguna entrada para nosotras.

Y ahora míranos, a todos; ya no somos lo que fuimos. Cuando crecemos no conservamos ni un tercio de valentía de la que disfrutábamos cuando éramos niños. ¡Yo, mi yo de antes, tener miedo a las arañas, la oscuridad o la muerte! ¡Já! Las arañas no eran nada que no pudieras quitarte de encima a golpe de manotazo o pisotón; la oscuridad se podía alumbrar con tan sólo pulsar un interruptor o subir una persiana; y la muerte… ningún niño puede temerla por no ser consciente de ella.

Al mirarme ayer en es espejo tuve la sensación de que llevaba nueve años sin hacerlo. Nunca me paré a pensar el desasosiego que le produce a uno no reconocer nada de lo que recordaba en sus ojos. Fue como si todo hubiese sido un soplo, una brisa que te envejeciera el entusiasmo, un vendaval que te quitara las muñecas de las manos.

Nada podemos hacer por recuperar el minuto que se ha ido; tan sólo eso: consumirlo, no soñarlo, no anhelarlo, que cuando nos demos cuenta será mañana, y todo lo que fue hoy no será sino recuerdo.

martes, 4 de enero de 2011

» Je me barre (música afiliada)


Buscadme debajo de las piedras, de esas piedras que estén en lugares donde ni las piernas ni la imaginación de los adultos existan ni asistan, ni quieran, ni puedan... ni hieran. Así las mentes infantiles podrán arrojarlas rasas al agua para que salten de onda en onda, de etapa en etapa, de vida en vida. Buscadme en las llanuras de mi tierra, allí donde se junten con el cielo, donde ni la Soledad pueda estar sola ni haya de lo bueno olvido; entre molinos y campos de olivo. Seguid buscándome aunque no me halléis, insistid aunque desesperéis, que mientras busquéis la aguja en el pajar al menos un alma andará tranquila, viendo al sol resucitar.