
Debería llorar cuando tengo ganas, pero no siempre puedo. Hay gente a la que no le gusta que lo haga porque les causa tristeza; gente que se inquieta al ver mis lagrimas porque no entienden qué las causa; gente que se extraña porque nunca me ha visto llorar. Si no liberas las lágrimas en su momento, el llanto se va ahogando poco a poco, formando un cúmulo de emociones reprimidas que van a parar al pecho. Y cuando has guardado demasiadas lagrimas, demasiado llantos histéricos en los que, simplemente, te has secado los ojos y puesto una sonrisa en tu rostro, sientes un dolor, un dolor punzante que no te deja hinchar del todo tus pulmones. Es la ansiedad. Ésa esta amarrada a conciencia en algún lugar de tu pecho, encima de tu corazón, y por mucho que llores intentando liberarla, ya no se apaga, porque son lágrimas adrede, sin sinceridad, sin sentimiento. Debí haberlas liberado en su momento; ahora duele.