Atolondrada saciedad de una mezcla de frases con alcohol, restos de sal y altas dosis de ficción. Nosotros, taciturnos de la urbe, observamos meditabundos a bufones de piel cuarteada, cuya hipocresía se hace patente en forma de muecas burlescas con las que sonríen a la fe de los ingenuos. Mientras tanto, los malditos de impotencia artística seguimos llenando ceniceros con la esperanza de ver surgir algún día un fénix . Este es un lugar donde la intrusión significa reflexión: bienvenidos a mi pequeño espacio.
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Ya no distingo el sueño de la vigilia, la realidad de la paranoia.
Todos tocamos el cielo una vez en la vida, aunque sólo sirva para comprobar qué se siente al caer.
El arte censurado es como un capuccino sin espuma, pierde toda la gracia.
La belleza real no pude imitarse, esconderse ni desaparecer.
Vivo de pequeñas ilusiones perdidas entre mares de frustración, y siempre necesitaré de un buen soporte para poder pescarlas.
Me siento como una flor en Nueva York: con el mundo girando a mí alrededor y la sensación de que no pertenezco a él.
La infelicidad es como el aire: se advierte aunque no se vea, se percibe aunque no se escuche y es capaz de penetrar en cualquier hogar.
Belleza no somos nosotros, ni hombres ni mujeres; belleza es lo que está ahí fuera: mar, cielo tierra, y que todo el mundo ignora.
Todos somos ludópata sin remedio. Ganamos, perdemos, pagamos nuestros errores, celebramos nuestros triunfos y seguimos jugando para conseguir un premio al cual llamamos felicidad.
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