Alejo: Arranquemos el tejido sentimentaloide de nuestros corazones y la pureza de nuestras almas, de nada sirve llorar por lo que ya es muerto.
Madre: ¿Ya estamos otra vez con esas?
Alejo: ¡Claro que lo estoy, no es para menos! Si en vida este pobre hombre hubiese recibido un sólo tercio del cariño que ahora le damos probablemente en este momento estaría discutiendo con nosotros, y no en esa fosa fría y oscura. ¡A saber qué contemplarán ahora sus ojos!
Violeta: No contemplan nada, está muerto.
Madre: ¡Violeta, un respeto a los difuntos!
Violeta: ¿Por qué habría de tener respeto a un cuerpo sin alma? Ya no siente, no puede ofenderse; ni tampoco emocionarse con que le hagamos compañía en su último adiós.
Alejo: Seguro que desde la ultratumba nos está lanzando maldiciones, para lo que hacemos…. ¿Acaso unas cuantas lágrimas y unas sencillas palabras de misericordia sirven para compensar todo el daño cometido? No. Tendría que morir siete veces para estar en paz con sus semejantes, el pobre.
Madre: Y sin embargo aquí estamos, porque creemos en su perdón. Estoy segura de que allá donde esté encontrará la paz.
Violeta: Lejos de vosotros, cualquiera.
Alejo: No sólo nosotros, de todos en general. ¿Sabéis que? Pienso que si pudiera vernos no sentiría la más mínima emoción amable, sólo asco. Asco de contemplar la hipocresía del género humano, que lejos de dejar hueco al vació del difunto, lo invade hasta crear en nosotros una falsa imagen de él y de nosotros mismos. Él se cree querido, nosotros creemos quererlo… Más le valdría al pobre salir de esa tumba y enterrar a los vivos en su lugar, quizá solo así descubriríamos lo que es el verdadero amor.
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