Abrumada de indiferencia, como aquel
que escucha la lluvia caer,
permanece el alma absorta en su pecado.
Escucha un eco lejano,
casi murmullo cuando traspasa la ventana;
voz queda, irascible,
ininteligible
en sus oídos.
Nadie llama a su teléfono.
Nadie en su puerta, nadie en su cama.
Carecen los que ya no sienten
o ahuyentan los que permanecen
al ente envolvente
de toda vida que se precie.
Derrochan ironía sus poros al contacto
con el Odio.
Respuestas a interrogantes superfluos
de la consciencia.
Líneas que,
sin expresar más que repugnancia hacia
un ser apenas ya existente, te enredan
hasta ser leídas.
Psicoanálisis del Árbol de la Vida.
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